Reflexión
Coleccionismo vs. Infantilización
Todavía recuerdo las vitrinas llenas de Barriguitas, Pini-Pons, Barbies, en la salita de estar de mi tía. Eran los años 80. Entonces ningún titular relacionaba el coleccionismo y la infantilización de la sociedad, que yo recuerde. Mi tío llenaba sus estanterías de máquinas viejas: telégrafos, teléfonos, máquinas de escribir… los dos siguen coleccionando con una avidez que roza el diógenes.
Mi padre apostó por los sellos, hasta que llegaron los primeros ordenadores y su pasión pivotó hacia la informática. Yo empecé con los minerales, los cromos, canicas, pines… más tarde me pasé a los libros, y ahora colecciono conocimientos prácticos, en una pura obsesión pragmática.
El coleccionismo no es nada nuevo. El Museo del Prado es un compendio de las colecciones reales de cuadros, tapices, relojes, vajillas… la diferencia es quizá, que desde que nació la clase media, el coleccionismo también saltó de clase. Minerales, monedas, libros, discos, cajas, cromos, sellos, cuadros, lámparas, broches… hay tantos tipos de coleccionismo como realidades individuales. Todocolección es un ejemplo de las pasiones que mueve la búsqueda y acaparación de objetos en el ser humano, unas pasiones que antaño escudriñaban los mercadillos y hoy bucean en internet. Hay quien llega a coleccionar acciones de empresas extintas, fotos de gente que nunca conoció, o guías de teléfonos con números que nunca volverán a sonar.
La relación entre infantilización y coleccionismo parece surgir por el auge del coleccionismo de juguetes por parte de los adultos. Los llaman niñores, kidults en inglés. De repente las jugueteras se dieron cuenta de que los mayores también compran juguetes para ellos. ¿Alguna vez no lo hicieron? ¿O simplemente antes no median ese dato? Se han olvidado de las tallas en madera, los soldaditos de plomo, del añorado Scalextric, los trenes eléctricos con sus maquetas, los coches teledirigidos… o las Barbies para coleccionistas, o las muñecas de porcelana… ¿Cuántos adultos se tiraron sobre la alfombra a competir en ficticias carreras de coches? ¿Cuántos construyeron maquetas para dar vida al tren eléctrico con rumbo a ninguna parte?
Hoy muchos siguen coleccionando juguetes, pero es ahora cuando hay quienes cuestionan su «adultez» y se les acusa de infantilización, como si el coleccionismo fuera exclusivo de la infancia. Y aunque coleccionismo e infantilización puedan estar relacionados en algunos casos, ni tiene por qué ser uno causa de otro, ni hay evidencias de que así lo sea. Muchos grandes coleccionistas son adultos plenamente funcionales, otra cosa es qué definimos como infantilización, y qué como ser un adulto.
Infantilización del comportamiento adulto
Platón o Kant ya abordaron la infantilización del comportamiento adulto, como señala Daan Keij en su artículo sobre la crítica a la infantilización de Bernard Stiegler. La magnificación del «problema», o el cambio de enfoque, parece iniciarse a mediados del siglo XX cuando se pasa de ser tratado como un «problema» del individuo, a un problema de alcance social.
Desde la aparición de la televisión, y especialmente de Internet, la nueva religión pasó a ser el consumo, y su manual de uso el marketing. El objetivo, crear sujetos con baja o nula de capacidad de demora del refuerzo que sucumban fácilmente al sesgo de impacto tomando decisiones compulsivas, poco reflexivas, que otros le han inducido a tomar. Lo veo, lo quiero. Todo en base a las expectativas presentadas en anuncios, series y películas que idealizan el efecto que poseer ese objeto, o esa comida, o vestir de esa manera, o tener ese cuerpo, o vivir de esa forma… sobre las expectativas vitales del espectador.
Desde este punto de vista, no es infantil quien colecciona juguetes, es infantil quien deja que otros piensen por el, y compra los discursos, prescripciones y consejos, adoptándolos como propios, sin cuestionarlos ni ejercer una reflexión crítica sobre los intereses que puede haber detrás de cada una de esas palabras. Tras lo cual, uno se plantea si la infantilización social como problema es tan reciente como se plantea.
Más bien parece que la infantilización social siempre ha sido una herramienta de control. Para Oscar Oszalk, en su obra «Proceso, crisis y transición democrática. Volumen 1» de 1984, la infantilización social respondía a la necesidad de control y sometimiento del pueblo, en la búsqueda de obediencia por parte de los que tenían derecho a mandar. Eran los poderes fácticos los que buscaban infantilizar a la sociedad para dominarla, no la sociedad la que se volvía infantil para huir de sus responsabilidades.
Su máximo exponente quizá sean las religiones monoteístas, cuyos libros sagrados han servido y todavía sirven de manual y guía de comportamiento para muchos. Kant escribía: «Si tengo un libro que me sirva de entendimiento, un pastor que me sirva de conciencia, un médico que determine mi dieta, no necesito esforzarme en absoluto».
Niños grandes orgullosos: luces y sombras
Al final, cuando el individuo va acomodándose económicamente en un entrono social en el que recibe constantemente mensajes que le dicen que puede conseguir todo lo que quiera, y en el que la máxima aspiración es vivir como los que más tienen y hacer lo que a uno le gusta, la infantilización es inevitable. ¿Por qué renunciar a un estado de disfrute constante y a la ausencia de responsabilidades? ¿Quién querría dejar de hacer lo que más le gusta pudiendo seguir haciéndolo?
Por el camino, crecemos escuchando que no hay mayor aspiración que trabajar haciendo algo que te gusta, porque entonces dejas de vender tu tiempo. Así, la idea de «trabajar en lo que te gusta» es quizá el mayor éxito de la cultura proud kidult. Porque si no haces lo que te gusta no te realizarás como individuo, y por tener la suerte de trabajar en lo que te gusta, o para lo que te has formado, debes estar agradecido, transigir a horarios rancios, aceptar cobrar poco, no quejarte por las condiciones de trabajo… Han conseguido hacernos creer que trabajar haciendo lo que te gusta, o para lo que te has formado, no es trabajar. Nos han convencido de que no debemos pensar para poder seguir consumiendo, y en esa distorsión utilizan el coleccionismo como chivo expiatorio para desviar nuestra atención.
El drama es que hoy se trata a los niños como adultos con capacidad de toma de decisiones de compra, incluso de aspectos importantes sobre sus vidas, y a los adultos se les trata como niños a los que hay que llevar entre algodones para que no se ofendan. Ya lo decía Benjamin Barber (2008) cuando escribía que «para que prevalezca el capitalismo de consumo, hay que convertir a los niños en consumidores o a los consumidores en niños. Es decir, hay que hacer que los niños sean más inteligentes, “empoderarlos” como gastadores, y embrutecer a los adultos, quitarles poder como ciudadanos”.
En esa misma línea ya apuntaba Aiel Dorfman quien en 1987 abordaba la infantilización de la sociedad llevada a cabo a través de los medios de comunicación de masas apuntando en «American Media and Mass Culture» que: «Quizá es inevitable que el consumidor deba ser tratado como un niño, indefenso y exigente, en sociedades como las nuestras. Como un miembro de un sistema democrático, tiene el derecho de votar e incluso el más importante derecho y obligación de consumir; pero al mismo tiempo no está participando realmente en la determinación de su futuro o el del mundo. La gente puede ser tratada como niños porque ellos, en efecto, no controlan su destino. Incluso si se sienten libres, son objetivamente vulnerables y dependientes, pasivos en un mundo dirigido por otros, un mundo donde los mensajes que se tragan se han originado en las mentes de otros».
El problema radica en cómo esa infantilización afecta a la estructura que sostiene la dinámica social democrática, y los riesgos que se asumen al negar o rechazar con odio la realidad que no nos gusta ver. Cuando dejamos que otros piensen por nosotros, y compramos sus discursos de odio cimentados en nuestros miedos, corremos el riesgo de replicar los modelos predemocráticos en los que otros piensan por el pueblo.
Por ello, quizá como en todo, el equilibrio sea la clave. El problema es lograrlo. La culpa es de la propia naturaleza del ser humano que nos empuja a conservar nuestra energía y minimiza esfuerzos para comprender el mundo que nos rodea, cayendo en sesgos que aunque nos facilitan la toma de decisiones, también nos hacen presa fácil para ser manipulados.
Para seguir profundizando:
- Oszlak, Oscar (1984) Proceso, crisis y transición democrática. Volumen 1.
- Dorfman, Ariel (1987) The infantilizing of cutlure en Lazere, Donal (1987) Amerian Media and Mass Culture.
- Barber, Benjamin R. (2008) Consumed: How Markets Corrupt Children, Infantilize Adults, and Swallow Citizens Whole.
- Kahneman, Daniel (2012) Pensar rápido, pensar despacio.
- Stiegler, Bernard (2019) The Age of Disruption: Technology and Madness in Computational Capitalism
- Keij, Daan (2020) Immature Adults and Playing Children: On Bernard Stiegler’s Critique of Infantilization
- Hayward, Keith J. (2024) Infantilised: How Our Culture Killed Adulthood