Acariciando el paso del tiempo

Dicen que el orden y la limpieza reconfortan. Que un espacio ordenado refleja una mente ordenada. Quizá por eso cuando me siento perdida y sin saber qué hacer con mi vida, acabo limpiando la casa. Plumero en mano me arrastro por las estancias, acariciando superficies, moviendo el polvo de un lado a otro. Observando el paso del tiempo en los objetos cotidianos. Y mientras ocupo mis manos, mi mente se detiene en el presente, en la tarea, y deja de buscar un objetivo lejano.

El tiempo pasa y el polvo se acumula. Las familias de pelusas se hacen bola en las esquinas. La ropa se amontona en la silla. Otra lavadora espera su turno. Limpiar la casa es una tarea cíclica. Un atrapado en el tiempo en el que más que nunca resuenan aquellas viejas palabras que reflexionaban sobre el orden de las cosas: es uno quien posee a sus posesiones, o son ellas las que le poseen a uno.

Plumero en mano recorro la casa. Observo las grietas que se abren paso en las esquinas, igual que hacen los malos recuerdos. El silencio hace de bálsamo. Solo queda aspirar el suelo. La llegada del trueno, el estruendo de la máquina que rompe la paz del momento, y lo inunda todo. Y durante ese momento no hay pasado, no hay futuro, solo un presente cargado de ruido en el que el único objetivo es absorber el polvo.

 

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